Carolyn Forche/ Horas después de tu muerte estabas en todas partes a la vez como las golondrinas al atardecer.






Hoy atravesamos los gélidos aires bajo su amparo: Carolyn Forché.


Y de yapa, un poema de Margart Atwood dedicado a Forché.


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Servicio selectivo

Nos levantamos de la nieve donde estuvimos
acostados y llevados por el aire como niños,
desde el dibujo de alas perfectas y trajes de fiesta,
y nos tambaleamos con aliento a vino, hacia la ciudad
donde la gente está construyendo
sus ejércitos de nuevo, pocos años después
de las bolsas de cadáveres, de los incendios. Hay un hombre
al que he llegado a amar después de los treinta, y tenemos
nuestros rituales de café, de aeropuertos, la pena.
Después del amor, fumamos y dormimos
con unas revistas, dos copas
y el colapso negro y blanco de las horas.
¿En qué tiempo vivimos que es tan tarde
para tener chicos? ¿En qué lugar,
que sólo pensamos diversas formas de abandonarlo?
No hay lugar desde hace tiempo
para una tarjeta de servicio selectivo destruida
durante un combate, la prisión que viene luego,
una bandera desgarrada por el viento en su palo
y los muchachos enviados a casa en bolsas de basura.
Les diremos todo. Están en la edad de aprender fracciones.
Les diremos todo sobre las fracciones.
La mitad de nosotros están muertos o callados
o perdidos. Dejen que hablen por sí mismos.
Nosotros nos echamos en los prados y dejamos atrás
los cadáveres de ángeles.


Carolyn Forché (Detroit, 1950), The Country Between Us, HarperCollins Publishers, 1981
Versión de J. Aulicino


http://campodemaniobras.blogspot.com.ar/2010/05/carolyn-forche-la-guerra.html

Selective service
We rise from the snow where we’ve / lain on our backs and flown like children, / from the imprint of perfect wings and cold gowns, / and we stagger together wine-breathed into town / where our people are building / their armies again, short years after / body bags, after burnings. There is a man / I’ve come to love after thirty, and we have / our rituals of coffee, of airports, regret. / After love we smoke and sleep / with magazines, two shot glasses / and the black and white collapse of hours. / In what time do we live that it is too late / to have children? In what place / that we consider the various ways to leave? / There is no list long enough / for a selective service card shriveling / under a match, the prison that comes of it, / a flag in the wind eaten from its pole / and boys sent back in trash bags. / We’ll tell you. You were at that time learning fractions. / We’ll tell you about fractions. Half of us are dead or quiet / or lost. Let them speak for themselves. / We lie down in the fields and leave behind / the corpses of angels.

Poetry Foundation

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Cuadernos de viaje

Au silence de celle qui laisse rêveur”
—René Char

En barco a la isla de Seurasaari, donde
los peces pequeños se llaman esguines.
Un hombre lanzó un cuerno de madera de abedul
hacia el mar sin noche.

Queda, la voz. Fuego que no es fuego.
por delante años desconocidos por vivir-
Las campanas de la torre todas de golpe,
 luego
una por una, las horas. Fuera
(de modo fugaz) nosotros mismos-


En un espejo inmóvil, en un azul interno
donde soñándose a sí mismo este viaje terrenal comienza,

pensó en ser desde lo oculto al final de lo visible.



Montañas delante y detrás,
brezos y líquenes, milenrama, olaga gatina,
a continuación, una villa marinera de hojas de chartreuse.

El combustible gastado, quemado
viento, cisnes en silencio.


Condujimos por la línea de abedules
de la autopista desde Dresde
a Berlín, detrás de coches blindados
al atardecer, diecinueve de junio,
pasando la nube negra de un tren de carga
de Budapest.

Entre pueblos que se desvanecen
pretéritos caballos que pacen campos desvanecidos




El año anterior a tu muerte, América
fue a la guerra otra vez
al otro lado del mundo.
Así es como la tierra se convierte,
has dicho, una gruta de esqueletos.




En las ruinas de la estación: una cama empapada
sillas rotas, una estufa muerta.

El tiempo en blanco, la tiza y el basalto,
frailecillos, la fucsia y la historia de tiro
a través de las partículas
del reconocimiento:
ésta
humedecida con gasolina
y después incendiada, esa tomando
cuarenta rondas, esta otra
encontrada once años después en un pantano.

En la comisaría, imaginarios
mapas, el humo perseguido por el viento,
los cuadernos de bitácora de los barcos fantasmas arracimados
  y unos pocos diarios escritos de presidio
en papel de seda.


¿Te acuerdas de los lirios azules?
La gruta, la escarcha, el friso?

A través de las ventanas de vidrio soplado
antes de la guerra, un abedul deja caer la nieve
a través de sus miembros desciende en otros abedules. Ramitas de abedul
en el viento a través del cristal.

¿A qué andábamos? ¡Qué carcajada matutina

despellejando su luz de nosotros!


Usted dijo que los cementerios estaban llenos en  una voz
como el viento trenzando entre sauces -los campos
en flor
pero en silencio, sin saltamontes ni abejas.
¿Qué quieres entonces? Usted con su…

reverso, desconocido,
tu libro de las cosas, tú
con los años a punto de ser vividos.


Tu padre cree que te llevó
con él, así estás
en una urna al lado de tu madre dormida
pero todavía estoy escribiendo con tu mano,
mientras perseveras en tus palabras encendidas.



Tal es la tristeza del piano y la luz de luna del rifle.
Las escaleras recuerdan tal como lo hacen las puertas, pero las ventanas no

no, al despertar, mirar por una ventana
si lo deseas recuerda tu sueño


Un dolor de esperanza del que volverás-
el rebaño de graznidos no es tu venida.

¿Flotaste hacia Salzburgo? Un viento
en los campos de mostaza?, o caminar sin embargo
junto a mí a través del asilo en Cracovia?
Horas después de tu muerte estabas
en todas partes a la vez como las golondrinas al atardecer.
Ahora tus momentos son nubes
en una fotografía de golondrinas.
En la hora abierta
entre el día y la noche
bajo las lluvias de Perseidas
nos abrazamos por una última vez.

Muerto, susurraste
            dónde está el camino?

Allí, a través de la última de las sentencias,
justo allí-
a través de la última de las sentencias,
el camino -

                     ***
Lasciate ogni speranza voi che entrate”
—Dante

 

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Acá la versión traducida

http://mamaquchanayay.blogspot.com.ar/2012/06/documentos-de-viaje-carolyn-forche.html

 

Travel Papers



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El coronel

Lo que has oído es verdad. Estuve en su casa. Su mujer llevaba
una bandeja con café y azúcar. Su hija se limaba las uñas, su
hijo salió esa noche. Había periódicos, perritos, una pistola
sobre el cojín a su lado. La luna se mecía desnuda con su
cuerda negra encima de la casa. En la televisión daban un
programa policíaco. Era en inglés. Había botellas rotas
empotradas en la cerca que rodeaba la casa para arrancar las
rodilleras de un hombre o cortar sus manos en pedazos. En
las ventanas, rejas como las de las tiendas de licores. Cenamos
cordero a la parrilla, un buen vino; una campanilla de oro estaba
sobre la mesa para llamar a la criada. Ella nos trajo mangos
verdes, sal, un pan especial. Me preguntaron si me gustaba el
país. Hubo un breve anuncio en español. Su mejor se lo llevó
todo. Luego se habló sobre lo difícil que ahora resultaba
gobernar. El loro dijo "hola" en la terraza. El coronel le dijo
que se callara, y se levantó pesadamente de la mesa. Mi amigo
me dijo con sus ojos: no digas nada. El coronel volvió con
una bolsa de las que se usan para traer comestibles a casa.
Esparció muchas orejas humanas sobre la mesa. Eran como
orejones dulces partidos en dos. No hay otra manera de decirlo.
Cogió una en sus manos, la sacudió en nuestra presencia, y la
dejó caer en un vaso de agua. Allí revivió. Estoy hasta las
narices de tonterías, dijo. En cuanto a los derechos humanos,
dile a tu gente que se joda. Con su brazo tiró todas las orejas
al suelo y levantó en el aire el resto de su vino. Algo para tu
poesía, ¿no?, me dijo. Algunas orejas del suelo recogieron este
retazo de su voz. Algunas orejas del suelo fueron aplastadas
contra la tierra.


LAS CONJURADORAS. SEIS POETAS NORTEAMERICANAS. Introducción y traducción de Noël Valis. Esquío-Ferrol, 1993.

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Para el extranjero

A pesar de que mencionas Venecia
guardándola en tu lengua
como el carozo de una fruta y yo digo: sí,
quizá Bucarest, ninguno de los dos
lo sabe en realidad. Sólo existe este tren
deslizándose a través de prados de nieve,
un trineo que desciende
hasta tocar sus enterradas vías.
Nos encontramos en la plataforma temblorosa,
los dientes rotos del viento hundiéndose en nosotros.
Desenvuelves tu puño de pan negro
y compartes conmigo el café
que se derrama en tus guantes.
Postes de telégrafo cortan los campos invernales
en trozos blancos, en cada ventana
la pintura tosca de una pequeña hacienda.
Escuchamos a las madres regañar
a sus hijos en inglés como si
no entendiéramos una palabra
sit still, sit still.

Hay pocos indicios para saber
dónde estamos: los fardos de trigo
desparramados como ataúdes perdidos.
Las lejanas y amarillentas luces de una cocina
suavizadas con aceite.
Por todas partes los colgantes alambres negros
extendiendo mensajes desde un lado
al otro del país.
Los hombres de cada frontera
saludando con la mano.

Frotando óvalos de aliento en las ventanas
para podernos ver, tocas
el vidrio tiernamente allí donde
mi rostro se refleja. Días después, me estás mostrando
fotos de una mujer y algunos niños
sonriendo desde las ventanas de tu billetera.
Evidencia de que en algún lugar
has construido una vida para ti.

Cada vez que el tren aminora su marcha
un hombre con nuestros rostros en los botones dorados
de su chaqueta pasa a través de los vagones
susurrando el nombre de una ciudad.
Cada vez perdemos gente detrás.
Cada vez vuelvo a encontrarte
entre los vagones
extendiéndome un pedazo de pan,
alguna bebida caliente hasta que ya
no hay más ciudades y me atraes hacia ti
deslizando tus manos en mi abrigo, diciéndome
tu nombre una y otra vez, apresurando
tu boca dentro de la mía.
Ninguno de nosotros tiene nada.
Nos la daremos el uno al otro.

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Me quito la blusa, me exhibo ante ti.
Rasuré el vello de mis axilas.
Enrollo mis pantalones,
raspé el vello de mis piernas con un cuchillo,
me quedaron blancas.
Mi cabello tiene el color del sicomoro recién cortado,
mis ojos son oscuros como porotos cocinados en el sur.
(Minas lunares de carbón sobre colinas deshechas)
Mi piel pulida como un jarro Ming
ostentando sus grietas de sangre, su edad.
Cientos de nombres tengo para la nieve,
para esto; todos ellos mudos.
En la noche voy hacia ti y me da pena
malgastar mis más íntimos escalofríos
contra el muro de un hombre.
Reconoces a los extraños,
piensas que has sobrevivido a la destrucción.
No puedes explicarte esta noche, mi rostro, tu recuerdo.
¿Quieres saber lo que yo sé?
Tus dos manos mienten.




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LUGARES COMUNES
"APUNTES PARA UN POEMA QUE NUNCA SE PODRÁ ESCRIBIR"
para Carolyn Forché

Éste es el lugar
del que preferirías no saber nada;
es el lugar que vivirá en ti;
es el lugar que no puedes imaginar;
es el lugar que al final va a derrotarte,

donde la expresión por qué se marchita y se agota
a sí misma. Esto es el hambre.

II

No hay poema que se pueda escribir
sobre ello: las fosas de arena
donde tantos fueron sepultados
y desenterrados, con el dolor
insufrible trazado aún en sus rostros.

No sucedió el año pasado
o hace cuarenta años, sino la semana pasada.
Ha sucedido hasta ahora,
sucede todos los días.

Trenzamos coronas de adjetivos para ellos;
los contamos como cuentas de rosario;
los volvemos números y letanías
y poemas como éste.

No sirve de nada.
Se quedan como están.

III

La mujer yace sobre el pavimento húmedo
bajo la luz perenne,
con las arcas de agujas en sus brazos hechas
para matar su cerebro,
y se pregunta por qué muere.

Muere porque ha hablado.
Muere por causa de la palabra.
Su cuerpo, en silencio
y sin dedos, escribe este poema.

IV

Recuerda a una operación
pero no lo es,

ni, pese a las piernas abiertas, los gritos
y la sangre, se trata de un parto.

En parte es su trabajo,
en parte es un alarde de pericia,
como un concierto.

Puede hacerse mal
o bien, se dicen a sí mismos.

En parte es un arte.

V

Ver con claridad los hechos de este mundo
es ver a través de las lágrimas;
¿por qué decirme entonces
que mis ojos no ven bien?

Ver claramente y sin estremecerse
sin apartar la vista,
esto es una agonía, como tener los ojos abiertos
a cinco centímetros del sol.

¿Qué ves entonces?
¿Es un mal sueño, una alucinación?
¿Una visión?
¿Qué es lo que oyes?
La cuchilla atravesando el ojo
es un detalle de una vieja película.
Es también una verdad.
Dar testimonio de tu saber.
VI
En este país puedes decir lo que quieras
porque de todas formas nadie te escuchará;
estás a salvo: en este país puedes intentar escribir
el poema que nunca podrá ser escrito;
el poema que no inventa
nada y no excusa nada;
porque tú te la inventas y te excusas cada día.

En otros lugares, este poema no es una invención.
En otros lugares, este poema necesita valor.
En otros lugares, este poema debe ser escrito
porque los poetas ya están muertos.

En otros lugares, debes escribir este poema
como si ya estuvieras muerta,
como si nada más pudiera hacerse
o decirse para salvarte.

En otros lugares debes escribir este poema
porque ya no se puede hacer nada más.


(Historias Reales) Margaret Atwood

Traducción



Carolyn Forché es la muy aclamada autora de cuatro libros de poesía: Blue Hour (Harper Collins, 2004); The Angel of History (1994), que recibió el premio literario de Los Angeles Times; The Country Between Us (1982), que recibió el premio de la Sociedad Americana de Poesía de Alice Fay di Castagnola, y fue distinguida con la Selección de Poesía Lamont de la Academia de Poetas Norteamericanos; y Gathering the Tribes (1976), que fue seleccionado por Stanley Kunitz para la serie Yale de Poetas Jóvenes. Es también la editora de Against Forgetting: Twentieth-Century Poetry of Witness (1993). Enseña en el programa de la Maestría en Bellas Artes (MFA) de la Universidad George Mason, Virginia.





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